Salamanca es famosa sobre todo por dos motivos: por poseer una de las universidades más antiguas y prestigiosas de España, de ahí el refrán: “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no presta”, y por su espléndido patrimonio arquitectónico.
Durante nuestra visita podremos admirar: Sus dos catedrales; la vieja del siglo XII y de estilo románico, y la nueva, mucho más grande, iniciada en el siglo XVI, de estilo gótico y concluida en el siglo XVIII. Su Plaza Mayor, de estilo barroco y una de las más bellas que existen. El convento de San Esteban de los Padres Dominicos (siglo XVI) con su forma de arco de triunfo, es una auténtica joya del renacimiento salmantino. La Casa de las Conchas, que se construyó a finales del siglo XV, es de estilo gótico civil y su fachada está decorada con alrededor de 350 conchas de vieira, distintivo de la orden de Santiago. Su puente romano, que posee quince arcos romanos del siglo I. En sus cercanías se encuentra además la iglesia románica mudéjar de Santiago y el toro de piedra que se cita en el Lazarillo de Tormes. Por último, La Clerecía, un edificio monumental barroco erigido por los Jesuitas en el siglo XVIII como seminario.
Y así un sin fin de joyas arquitectónicas que hacen de Salamanca una ciudad que merece la pena visitar, y para ello podemos desplazarnos de la mejor forma posible: andando.
Si visitamos Salamanca no podemos irnos de allí sin probar su delicioso jamón ibérico de guijuelo, de una calidad excelente, así como el resto de embutidos salmantinos: chorizos, salchichas o lomo embuchado que se elaboran con carne de cerdo ibérico cebado con bellotas de las dehesas salmantinas. El cochinillo merece un apartado por sí solo. No hay que irse sin probar las patatas meneás, las lentejas de almuña, el calderillo bejerano o el hornazo. También merecen la pena su gran variedad de quesos y un vino excelente.
