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Esta semana La Lupa analiza a uno de los cracks de la liga. Qué fácil es hablar de… Pablo César Aimar, nacido el 3 de noviembre de 1979 en Río Cuarto (Argentina). Empezó su carrera deportiva en River Plate y con apenas 19 años ya era el ídolo del equipo. Debutó en primera división el 11 de agosto de 1996.Y metió su primer gol el 20 de febrero de 1998 cuando jugaba frente a Rosario Central. En su primer torneo Apertura consiguió meter cuatro goles… pero todo le cambió un invierno de la liga 2000-01 cuando el Valencia le fichó, pero antes quedan varias historias personales de un Aimar que es ahora el ídolo de Valencia y un rival a tener en cuenta.
De pequeño siempre conoció la calidad y también el sufrimiento. De juvenil “todos iban a por el flacucho”, comentan. Allí uno comprende que Pablo Aimar entendió el consejo que inculcó de chico su padre, Ricardo, "A tu talento añádele siempre sacrificio".
Y por allí anda Payito (otrora bautizado injustamente el Payaso), construyendo su camino y obedeciendo aquel precepto que le enseñó Ricardo cuando lo entrenaba en la Sexta división de Estudiantes, de Río Cuarto… "Dales bola a los que te corrigen y no a los que te palmean", le decía Ricardo, y su hijo se enfadaba, aunque íntimamente le gustaba que lo hiciera, porque para él no hay mejor entrenador que su padre (dicen los que le conocen de verdad).
Por ese entonces, Pablo tenía 13 años y jamás había pensado que algún día saldría campeón mundial juvenil, y con River, y menos aún, que 50.000 personas corearían su nombre y que para colmo en Valencia saliese otra vez campeón. Para él, el fútbol es un grato pasatiempo que se dividía antes… entre los partidos con Estudiantes y el ‘potrero’ de la esquina de la casa, donde, a pocos metros del río Cuarto, consumía las tardes con sus amigos.
Pero un día, impulsado más por conocer cuál era su verdadero nivel que por ganarse un lugar en las inferiores de River Plate, Pablo aceptó viajar a Buenos Aires para probarse en el club de Núñez. Bastó que Héctor Pitarch lo viera jugar un rato para que le ofreciera quedarse, pero Pablo ya había tomado la decisión antes de subirse al coche que lo trasladó desde Río Cuarto: jamás se quedaría en Buenos Aires... Río Cuarto cobijó su habilidad sólo por unos días, porque una tarde de diciembre, un telegrama enviado por la AFA convulsionó su barrio natal. José Pekerman había citado a Pablo Aimar para el Sub 17. Incrédulo por la convocatoria, Payito armó su bolso y se subió al autobús junto con Juan Siravegna, un amigo de la familia.
"¿En qué posición preferís jugar?", le preguntaron apenas llegó a Ezeiza (aeropuerto argentino y complejo donde se concentra las selecciones argentinas), y Pablo respondió con su voz inocente: "De enganche". Vaya problema se le había planteado en un segundo a Pekerman, pues si había un puesto asegurado en el equipo era ése y César La Paglia ya tenía el 10 en la espalda. Las ilusiones de llegar a la selección se le esfumaron en contadas horas al ‘riocuartense’, que apenas llegó a su pueblo comentó, "El 10 es un fenómeno. Qué voy a hacer yo allá", cuentan ahora. Pero claro, lo que Pablo jamás supo fue que La Paglia (ahora en el Tenerife) también pensó lo mismo. El tiempo unió a los dos dentro y fuera de la cancha.
Después del Sudamericano en Perú, Daniel Passarella, que por entonces era el técnico de River, llamó a Ricardo Aimar y le pidió que su hijo regresara a River. Pablo viviría en la pensión y terminaría la secundaria en el Instituto. Y así fue..., Payito se mudó a Núñez. Tenía todo. Deslumbraba en las inferiores y jugaba en la selección, pero las lágrimas caían tristemente en la almohada. Extrañaba Río Cuarto, la familia, las sierras, el potrero... Buenos Aires era una tortura, aunque al final esa situación revertiría con su traspaso a Europa. Su historia es de superación constante, regada con su calidad innata de los cracks.
Hizo un grupo inseparable con Rorro (su amigo íntimo), Facundo Elfand (ex compañero del Sub 17), sus coterráneos Guillermo Pereyra y Franco Costanzo, y Javier Saviola. Con ellos iba siempre a comer a un restaurante de Belgrano y asiste a alguno que otro recital, como los de Los Redondos, Los Piojos y Sabina, además de haber sido seguidor de Rodrigo.
Con Los Piojos formó una buena relación y no es extraño verlo en alguno de los ensayos (ahora casi imposible). A Rodrigo lo fue a ver en el Luna Park y los dos, fanáticos de Belgrano, se abrazaron en el camerico tras el show. De Sabina guarda el característico sombrero que le regaló su amigo Rorro, como anécdotas del comienzo de Aimar.
Pero el encuentro más increíble, lejos del fútbol y del césped, fue con Diego Maradona, quien al verlo lo abrazó, lo besó, lo elogió y le dio algunos consejos. Se sacaron una foto, pero a Pablo jamás le llegó el recuerdo de ese momento. Es un grandísimo jugador y mejor persona. Lee mucho y usa el messenger de Pereyra para chatear con medio mundo y, especialmente, con su hermana, Laura. Buenos Aires no será Río Cuarto, pero Pablo ya cambió su visión, como también está modificando la postura de verse como indiscutible en la selección argentina actual. Tiene regate, es un ‘enganche’ genial, tiene de todo. Hablaríamos mil horas de las virtudes de Pablo Aimar, aunque a veces es intermitente o abusa del balón, aunque su toque con la derecha es primoroso. Dicen sus amigos en Valencia, que a veces ve videos de Maradona antes de los encuentros, y que consume mucho fútbol. Ya queda lejos su debut en Primera, con River el 11 de agosto del 96 o el día que lo hizo con el Valencia tras su traspaso en el 2000, un 17 de febrero del 2001 en Las Palmas. Fue campeón de liga con el Valencia en el 2002 y en el 2004, de la Supercopa europea en el 2004, justo también antes lo había sido en mayo de la Copa UEFA, tras ganársela al Olimpique de Marsella. Con River, su otro club, lo ganó todo una Supercopa en el 97, tres ligas, 97, 99 y 2000. Con Argentina fue campeón mundial Sub 20 en 1997 y Sudamericano en el 97 y 99.
Su recuerdo más amargo fue la final de la Champions, perdida ante el Bayern en una injusta tanda de penaltis de Milán. Allí Aimar se acordó de la frase de su padre Ricardo cuando era pibe…
Javier Bautista (Jefe de Deportes de Cope Cádiz)